#MicroCarta
Recuerdo perfectamente la mañana en la que se marchó. Ella no se atrevió a abrir la carta, intuyendo la despedida dentro de ella. Sopesó el sobre entre sus manos acariciándolo suavemente con dedos temblorosos, sin poder apartar la vista de él. Aún con la esperanza de verle bajar a desayunar, como todos los días. A nuestro alrededor solo el ruido de cucharillas al entrechocar con las tazas de café venía a alterar el espeso silencio que se había instalado en la cocina. Se había ido. Hacía mucho tiempo que sabíamos que era solo cuestión de tiempo y que ni siquiera yo sería capaz de retenerle a nuestro lado. Se había ido. Sin despedirse. Dejándonos en el frigorífico el mismo vacío que en nuestras vidas.
Hoy ha vuelto a casa. Miro a mamá y reconozco rabia en sus ojos llorosos. No la juzgo, yo misma no encuentro en mí resquicio alguno de compasión. Tampoco podríamos perdonarle aunque quisiéramos, ya que ha vuelto en contra de su voluntad. Él quiso marcharse. Dejarnos solas. Simplemente porque no quería ataduras. Subió a su coche sin importarle nuestro destino, tampoco el suyo. Fue un vaivén del coche, o de la vida, el que puso nombre a su suerte. Y esta quiso devolvernos a un padre inerte, con el cuerpo machacado por el impacto con la mediana. Aunque a mí se me antojó como siempre, ausente, como aquel día en que decidió dejar en blanco una carta, simplemente porque no encontró palabras que escribir en ella.
Relato finalista en #Sweek #MicroCarta #Microrrelatos2018