#PorElla
Después de casi quinientos días he olvidado mi nombre… ¿Beatriz, Marta? ¿Sonia, quizás? Y, aunque sigo teniendo miedo, he logrado una extraña paz en medio de estas aguas calmas que me rodean. En ellas el tiempo no es más que un recuerdo casi olvidado: no corre cuando quieres saborearlo, no se detiene inclemente cuando deseas que vuele, no juega contigo, no duele. Aunque doler, lo que se dice doler, aquí ya no duele nada. Sé que me andan buscando, mi madre debe estar muy preocupada. Si me enviaba un mensaje al móvil nada más retrasarme diez minutos de la hora de llegada… No quiero pensar cómo estará después de todo este tiempo. ¿Cuántos días? Sí, casi quinientos. Perdonad el redondeo, es que decidí dejar de contarlos.
Me pregunto por qué tardan tanto en dar conmigo. No es que aquí no esté a gusto, al contrario; me he acostumbrado a esta quietud y el aire húmedo que impregna las paredes de esta mi nueva casa parece que a mi cuerpo le está sentando bien. Solo hace falta aguantar un poco más, hasta que consigan dar conmigo. Y eso será pronto. Seguro.
El viento se adentra sibilante entre los recovecos de la pared en un débil susurro que me reconforta cuando, de repente, el recuerdo me asalta de nuevo a traición: El ruido de mis pasos al pisar con fuerza el suelo empedrado, sin amedrentarme lo más mínimo por la soledad de las calles. El aire marino que me deja un regusto salado en la garganta. La negrura de un cielo limpio, propio del verano. El banco de madera de la plaza. Mis pies jugando con las hojas que desprende la brisa mientras sigo ensimismada en mi conversación telefónica.
El tiempo sigue jugándome una mala pasada y revivo cómo el tipo aparece en medio de las sombras de la arboleda. Me agarra por ambas muñecas, inmovilizando mis manos. Noto clavándose en mi piel la correa del reloj, que se para justo en aquel momento. Lo hizo pronto ¿Verdad? Sí. Demasiado pronto.
A partir de ahí nada más. El vacío. Una repentina sensación de paz en medio de todo el ruido.
A pesar de lo que podáis pensar sigo despierta. Lo he estado todo este tiempo, durante estos casi quinientos días. No dejo de pensar qué hice mal ¿Querer volver a casa sola? ¿Pararme en un parque, de noche, a atender una llamada de teléfono? Algunos me dirían que llevaba la falda demasiado corta. Bueno ¿Y eso qué? No sé qué deciros. Lo cierto es que debí equivocarme en algo y por eso he acabado aquí. Mis padres… lo siento mucho por ellos. Deben estar cansados de tanto buscarme.
Presiento que ya están cerca, solo tengo que aguantar un poco más. Acabarán dando conmigo. Y entonces será mi cuerpo inerte, lastrado al fondo de este pozo, el que dejará ver sus heridas y hablará por mí. El que defenderá mis derechos. A ser libre. A salir de casa sola. Y, sobre todo, a regresar. Sana y salva. A temblar de risa, a aprender a esperar. A celebrar mis triunfos y asumir mis fracasos. A tener toda la vida por delante. Lo tengo claro, aun desafiando a esta muerte que no conoce el tiempo, seguiré luchando por reivindicar mis derechos. O mejor, los de nosotras, los de todas. Tal vez por eso ya no soy capaz de recordar mi nombre. Mi nombre… no importa.