Málaga, a 25 de enero de 2022.
Querida seño Sole:
Aunque hablamos por WhatsApp a diario y siempre espero con ansia su comentario cuando subo una foto a mis Redes, no todos los días se cumplen ochenta años, así que he decidido que se trata de una ocasión lo bastante especial como para escribirle esta carta. Como usted dice siempre, seño Sole, «a veces no hay más remedio que recurrir al modo tradicional».
Esta felicitación llega en forma de agradecimiento. Por enseñarnos todas esas cosas que de verdad importan: las vetas de plata ocultas en los minerales y la riqueza que esconden los desiertos. Por darnos las herramientas útiles para mantenernos a flote entre cabriolas, caídas en picado y remontadas vertiginosas, en medio de este mundo nuestro tan extrañamente sombrío, cuerdo, recto.
Gracias por no permitir que los pájaros de nuestras cabezas se quedaran sin plumas. Cuán viva ha sido siempre su ansia de volar, seño Sole, qué envidia, con ese vuelo suyo tan lento y calmado. Insuperable. Gracias también por enseñarnos a observar el mar en toda su amplitud, sin siquiera dibujar una línea tenue a modo de horizonte. Solo así pudimos apreciar el océano tal cual es. Tan vasto. Tan insultantemente infinito. Tan alentador.
Gracias por enseñarnos a manejar, a nuestro antojo, los días en un calendario, a mezclar pensamientos con anhelos y, a su vez, comparar estos con recuerdos. Gracias por invitarnos a ir hacia atrás, hacia delante, a hacer cualquier cosa con tal de no parar. A rechazar el «siempre» y el «nunca». A estar en constante evolución.
Jamás olvidaré aquel día, el de la fiesta de fin de curso, cuando me encontró llorando en un rincón, clamando por no llevar una vestimenta adecuada. Aún conservo el traje de chaqueta oscuro que me regaló, seño Sole, con sus solapas negras de seda vibrante y ligera, capaz de dar alas a mis sueños, y el pantalón con el largo necesario para llenar de esperanza mis rodillas huesudas. Disfruto rememorando el tacto de la tela corriendo entre mis dedos, recia y rugosa, para hacer mi piel impermeable a los cantos de sirena y resistente al frío de las etiquetas sociales. Gracias, seño Sole, gracias, por ir a pedir ayuda a su marido, por encontrar para mí el traje perfecto, por reconfortarme tanto con solo repetir mi nombre bajito: «Mariola, Mariola, no llores más». Una vez más, gracias, seño Sole, por conseguir que ese día me gustara mi nombre.
También recuerdo con nitidez el día en que nos conocimos. No puedo explicar lo que sentí cuando la vi parada frente a mí, seño Sole, a mí, siempre caminando entre una niña tímida y el niño torpe de la clase que pide disculpas por estar. No podía creer que alguien quisiera prestarme atención. Bendito el día en que llegó a mi vida, dejando atragantadas en mi garganta todas las plegarias y aquella nota de suicidio a medio escribir.
Gracias seño Sole, por hacernos llegar, al contrario que todos los demás niños, con tanta hambre al colegio.
Gracias seño Sole, por haberme ayudado a resolver este enigma que es mi vida. Usted, siempre tan supersticiosa como para vestir de amarillo o dejar algo a la mitad.
Quizá no ha conseguido, tal como soñaba, erradicar la pobreza de este mundo, pero a mí, en ese otro mundo, el de lo imposibe, me ha permitido jugar un papel protagonista. A mí, que no tenía previsto desempeñar ningún papel en ningún mundo. Gracias, seño Sole, gracias.
Ahora voy a subir una foto a Insta, para que me vea. Llevo el pelo un poco más largo que de costumbre, aunque ya no me preocupa eso tanto como antes. Gracias a personas como usted he conseguido alcanzar mi transformación completa y ser yo mismo. Hace mucho tiempo que dejaron de confundirme con una chica.
Feliz vida, seño Sole, a usted que ha sido, es y será, mi mejor maestra.
Fdo: Mario.