Estoy en la playa esperándoles, no tardarán. El mar y el cielo se funden en el horizonte y evoco a mi madre, con su halo de ausencia permanente; a mi abuela, siempre bordando toallas y sábanas para mi ajuar. Veo la brecha insalvable entre ambas.
Un día, mi madre, del cajón donde guardábamos manteles y paños de cocina sin discriminar, sacó un lápiz azul, algo descolorido: «Esto no es para ti, Carmela. Pinta tu vida de azul. Si crees ahogarte, busca algo positivo: bucea. Después, resurge. Vuela. Míralos: mar, cielo, sin desigualdad entre ellos. No parecen tener fin».
Ahora soy abogada, asisto a extranjeros llegados en pateras. Vienen buscando una oportunidad, esa que mi madre me dio y yo les daré a ellos. Junto con formularios y códigos, nunca faltan lápices en mi maletín: yo tengo azules, amarillos, naranjas, marrones… todos los tonos. A todos mis clientes les regalo uno.
*Relato seleccionado en el mes de marzo 2020. Publicado en abogacía.es