[Relatos] #Heroínas. Mamá, cuéntame un cuento.

#Heroínas.

Mientras arropo a mis hijos y les doy un último beso de buenas noches, no dejo de pensar cuán absurda es la sociedad en la que vivimos. Esta misma mañana, al recoger a mis hijos del colegio, la profesora de uno de ellos me ha recomendado (un poco escandalizada, todo hay que decirlo) que deje de leer con mis hijos, dos, varones ambos (y os doy este dato porque, no sé muy bien el motivo, pero para ella creo que era relevante), los cuentos clásicos. El niño ha soltado en clase que las princesas de los cuentos son en realidad auténticas heroínas. La inocencia propia de su edad , cinco años, (y este sí que es un dato importante) ha hecho que cuando la seño preguntara: «¿Por qué piensas eso?», la respuesta fuera… “Seño, eso es lo que siempre dice mi madre”. No lo puedo creer. Menudo traidor.

En fin, como digo, la edad (o la falta de ella) juega a su favor. No voy a tenérselo en cuenta. Lo cierto, que es lo que vengo a contaros, es que no sé a qué puede referirse esta profesora. De la conversación que he tenido con ella he sacado básicamente un par de conclusiones: Los cuentos clásicos rayan el machismo y fomentan actitudes poco igualitarias entre hombres y mujeres. Y yo debo educar a mis hijos en igualdad. Empoderar a las mujeres, y más a los ojos de mis hijos (varones, me insiste). Es muy importante que tengan un modelo de juego simbólico adecuado, para que así sea también su actitud futura respecto a las mujeres.

De verdad, ahora insisto yo, no sé bien qué me ha querido decir. Las princesas de nuestros cuentos son todas unas heroínas, es que mi hijo no mentía al afirmar que yo lo digo siempre. A ver, por ejemplo, Blancanieves. ¿Qué pensáis de ese cuento? ¡Si es fantástico! Todas las veces que lo leemos nos da para debatir mucho: una noche convertimos a Blancanieves (nosotros la llamamos Blanca, claro, que ha pasado ya muchas noches en casa) en una cardióloga de reconocido prestigio. Ya que consiguió salvar su corazón de manos del cazador… ¿Por qué no el de los demás? Otras veces, nos vemos obligados a convertirnos en sus abogados, y nos cuesta mucho (pero mucho, mucho), construir una defensa convincente para salvar a la chica de la cárcel. ¡No en vano los enanitos la acusaron de allanamiento de morada! Pero siempre lo conseguimos, claro está, recurriendo al perdón de las víctimas. Y eso, cuando tienes cinco y siete años, llega más temprano que tarde. Garantizado. De la parte del encuentro con el príncipe y el beso final pues… no sé qué deciros, siempre se quedan dormidos antes de llegar. Y total, tampoco es que lo vean muy interesante.

Al menos no tanto como el día que conseguimos que los padres de Caperucita Roja entraran en razón y no le permitieran salir sola por el bosque. ¡Ja! Menudo chasco se llevó el lobo. Pensamos que se fue a buscar a los cerditos (le dejamos en un recodo del camino algunas verduras para comer, a ver si entiende de una vez que hay que comer de todo), aunque os diría que tampoco tuvo mucho éxito. Mi hijo mayor un día los convirtió a los tres en arquitectos e ingenieros y creo que se están construyendo unas casas increíbles, en las que al lobo le va a ser imposible entrar. Pero bueno, esa es otra historia.

Me quedo parada en el marco de la puerta, sonriendo al evocar nuestras historias. ¿Debo dejar de leerles estos cuentos? ¡Si son pura fantasía! Fruto de su propia imaginación. Me da tanta pena pensar que la perderán alguna vez… En cuanto a lo de educar en igualdad, ¿de verdad no lo hago? Mis hijos respetan a todas las personas. Es más, también a los animales. A las plantas. Pero no todos lo hacen. Ese es el verdadero problema, y en ningún caso está en los niños. Por eso, nosotros aún no hemos despertado a la Bella Durmiente de nuestro cuento. No hasta que el mundo en que despierte sea mejor que el anterior. De todas formas, seguro que ya queda poco, confiemos en ello.

Perdida en mis pensamientos, me sobresalta la voz de uno de mis hijos que, resistiéndose al sueño, susurra: Mamá, cuéntanos otro, por favor.

Me doy la vuelta, entro de nuevo en la habitación y me siento a los pies de su cama. Qué queréis que os diga. Guardadme el secreto.

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