Hoy está siendo un día difícil. Esta mañana, Marta no quiso vestirse y Alba se negó a desayunar. Llegamos tarde al colegio y, cómo no, también al trabajo. En toda la mañana he conseguido concentrarme. Estos zapatos nuevos me están matando. ¿Dejé tendida la lavadora? No sé qué voy a hacer cuando llegue la hora de recoger a las niñas del colegio. Tengo el tiempo justo para llegar a casa, preparar rápidamente algo de comer (nutritivo y sano, por supuesto), y volver corriendo a la oficina. ¿Lo conseguiré? Sé que nadie apuesta por mí. Todos piensan que, dada mi nueva situación, terminaré renunciando a mi faceta profesional para poder llegar a la personal. Que no voy a ser capaz de conciliar trabajo y familia. ¿Que tú también lo estás pensando? Pues que sepas que me niego. Voy a conseguirlo. A toda costa.
Qué tortura. Pienso cómo era mi vida hasta ayer. No es que mi trabajo fuera mucho mejor que este, para nada. Por eso pienso que son estos zapatos nuevos. Seguro. O el encargarme de la casa. O ir de acá para allá con las niñas a todas horas. ¡Espera! Casi me olvido que hoy hay extraescolares. No sé hacerlo. Definitivamente.
¿Cómo le irá a mi mujer? Seguro que mejor que a mí. Mis botas son mucho más cómodas. Está claro que he salido perdiendo con este juego de intercambio de papeles. Ahora entiendo que mujeres y hombre nunca seremos iguales. Vaya si lo entiendo. No mientras las obliguemos a llevar estos horribles zapatos.