Algunas llegan a mí con la marca de su anillo de bodas aún candente en el pómulo; otras, sin marcas a la vista, pero con huellas inconfundibles de vejaciones, de abusos. De maltrato. Todas ellas hablan el mismo idioma: el de las víctimas de violencia de género.

Para mí lo más importante es que se sientan cómodas, dejarles claro que mi cometido es abogar por ellas, no censurar. Les ofrezco mi confianza sin ambages y de forma inconsciente, casi involuntaria, termino hablándoles de mí, de mi gusto por viajar, de mi afición a la escritura. Esto último siempre logra despertar al momento su interés; al principio pensaba que el motivo era simple: nada como la lectura para evadirte un rato de tus problemas. Pero no. Finalmente he comprendido que ellas van más allá. Lo leo en sus miradas, llenas de esperanza.

Al fin y al cabo soy su abogada: han venido a mí para que las ayude. A olvidar, a volver a empezar. Quieren ver si soy capaz de reescribir su historia.