En la habitación reina un completo silencio, quebrado solo cuando Javi necesita borrar al equivocarse en las sumas o Víctor resopla porque no consigue memorizar todos esos verbos y adjetivos.
Llevo un rato observándoles. Distingo una fina capa de polvo en su pelota, que lleva relegada a un oscuro rincón desde el fin de semana. Ha terminado el verano y comenzado las clases. Esos horribles «deberes» consumen cada vez más su tiempo libre.
Sabía que llegaría este momento. Lo sé, los niños crecen pero, ¿tan pronto? Víctor, el pequeño, apenas tiene siete años… Solo pienso que aquí tienen todo lo necesario para aprender cosas útiles y verdaderamente interesantes: clicks de playmobil alineados en sus filas, listos para fomentar su imaginación; X-men, para que aprendan el espíritu del trabajo en equipo. Sus cómics de Superhéroes como mejor lectura posible, que les llaman desde la estantería. Y yo, yo que he sido tan importante para ellos… ¿Quién mejor que yo, para enseñarles, por ejemplo, la importancia de la familia?
Me niego a acabar relegado a ese «cementerio de juguetes olvidados» del que nunca se regresa. Al menos no aún. Estoy decidido a ayudarles a prolongar su infancia así que sí, voy a hacer trampas. Por favor, guardadme el secreto. Hago un acopio de fuerzas y mi espada láser emite un breve parpadeo. Es débil, pero logro mi propósito. Levantan las cabezas del cuaderno y leo en sus ojos sendas miradas de impaciencia. Han notado mi llamada, la de su juguete favorito. Su muñeco Darth Vader. Lo sabía. Ya conocéis de sobra el poder…del lado oscuro de la fuerza.