Marta y Susana están en el dormitorio de su madre revolviendo el maquillaje. A sus once y trece años se ven demasiado mayores para jugar con muñecas, por lo que han decidido «matar» el tiempo aprendiendo a hacerse la raya del ojo. Rebuscando entre los cajones de la cómoda encuentran un libro con cubierta de piel negra, ajada por el paso del tiempo.
- ¡Qué emocionante! ¡Un diario! ¿De quién será? – pregunta Susana, exultante.
- Es de María, la hermana pequeña de mamá.- explica Marta.- Murió cuando éramos pequeñas. Demasiado para recordarla.
Lo abren, decidiéndose por una página al azar:
«2 de septiembre de 1993. Dejé de jugar con esas estáticas muñecas rubias para convertirme en una de ellas. Recurrí a piercings, tatuajes, tintes de pelo. Todo para dejar de ser yo misma, para conseguir que me mirara. Durante un tiempo lo conseguí. Me dijo que era guapa. Única para él. Nos pasábamos horas regalándonos besos en el parque, hasta que un día… no volvió a llamarme. Dejé mensajes en su teléfono. Lloré. Me aposté en la puerta de su casa y fui a buscarle al instituto. Lloré más aún. Ya nunca dejé de hacerlo.
Un día, al salir de clase, se dignó a mirarme:
- Déjame en paz. ¿No entiendes que eres invisible?
…»
- ¿Por qué paras? ¡Sigue leyendo! ¿Qué hizo ella?
- No hay más, Su. El resto de las páginas están en blanco.- Hace memoria, su madre nunca le ha dicho cómo murió su tía.
- ¿Qué crees que pasó cuando él le dijo que era…invisible?
- No sé Su. Imagino que ella… le creyó.