Paseamos juntos, como todos los días desde que nos conocimos. Al principio yo siempre iba un poco más adelantada que él ¡tal era mi ímpetu! Incluso a veces a él le costaba seguir mis pasos. Me paso la vida metida en casa ¡qué agobio! Para mí nuestros paseos vespertinos siempre han sido una liberación.

Hace unos meses que siento que han cambiado las tornas y cada vez me cuesta más seguir su ritmo. Los latidos de mi corazón me martillean la cabeza y no puedo evitar jadear. Noto cómo él me mira fijamente, de forma un tanto condescendiente. ¿Se compadece de mí? Realmente no lo soporto.

Me hago vieja mientras que para él parece que apenas pasan los años. Recuerdo cuando nos conocimos… Solo era un adolescente imberbe y algo desgarbado y yo apenas había empezado a vivir. Ahora ya es un hombre, hecho y derecho. Ay, qué buenos aquellos años. ¿Y ahora? Me hago vieja. Ya no es ningún secreto. Siento que mi vida ha pasado tan rápido…

Aprieto el paso. Noto cómo se acelera mi ritmo cardíaco pero no pienso desistir. Le demostraré que aún puedo. Finalmente él se da por vencido y frena, para recuperar el resuello. Por la forma de pronunciar mi nombre, noto la sonrisa en su rostro. Me detengo, satisfecha, incluso antes de que él tire de la correa. Muevo el rabo para demostrarle mi alegría y él se agacha para acariciarme el lomo. Seguimos siendo los mejores amigos.

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