Es innegable que cada vez están más obsoletos roles sociales como “los niños no lloran, eso solo es cosa de niñas” o “no hay que tener miedo a nada”, en mi opinión totalmente negativos, porque las emociones, da igual de qué tipo, nunca deben reprimirse sino por el contrario identificarse y expresarse. Y si nos enseñan esto desde pequeñitos, mejor que mejor. Es la llamada Educación Emocional, y justo de esto trata esta historia.
Nuestro monstruo, con ayuda de una niña, aprenderá a identificar sus emociones (cada una de un color) a separarlas y a clasificarlas, para entender mejor por qué tiene miedo por ejemplo o qué le ha hecho enfadar.
Así, hablaremos de alegría, sentimiento contagioso que brilla como el sol; tristeza, dulce como los días de lluvia; identificaremos la rabia, que nos hace arder al rojo vivo; el miedo, que evoca oscuridad y finalmente la calma, tranquila y serena como los árboles.
Una historia divertida pero a la vez con mucho trasfondo, que invita a interactuar con los niños, para que ellos reconozcan situaciones en las que se han sentido como nuestro monstruo protagonista, y así hacer aflorar sus propias emociones.
Incluso cuando parece que por fin todo está en orden nos encontraremos con una sorpresa:
Y ahora, ¿Qué le pasa a nuestro monstruo?
Esta historia, uno de los imprescindibles en la biblioteca de nuestros peques, nos da una lección a los más mayores: Nunca menospreciemos las emociones de los niños.
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