#AmoresDeVerano
No puedo dejar de mirar a esa chica, Mi chica. Llevo años observándola, pero este verano ha sufrido una transformación al más puro estilo de «Baby» en Dirty Dancing y yo, claro está, no he podido resistirme a ser su Johnny particular.
Más que guapa es atractiva, magnética, con un pelo dorado por el sol y la piel algo curtida dado lo avanzado del verano; me ha regalado baños en el mar Antes del Amanecer, bailes agarrados de la cintura al son de baladas imaginarias y noches de sexo por placer.
Una tarde, mientras compartíamos un café, decidí confesarle mi pasión por el cine, que siempre he pensado roza lo enfermizo; cuál fue mi sorpresa cuando, entre sorbo y sorbo de su capuccino, sentenció: «Lo maravilloso del cine es que puedes evocar una película acorde con cada situación». Automáticamente pensé en 500 días juntos y supe que me costaría dejarla marchar.
Las olas golpean violentamente en las rocas mientras nosotros compartimos miradas y besos de sal y yo no puedo evitar pensar en esas escenas de Un amor de verano al comienzo de Grease; cada vez que nuestras bocas se separan y veo la suya curvada en una sonrisa yo siento un regusto amargo en la mía. Sé que ahora soy yo, y solo yo, el motivo de esa felicidad. Y no me gusta pensar que yo, y solo yo, seré el motivo de sus lágrimas. Porque se acerca el fin de las vacaciones y con él el de todos los amores de verano. Igual que todas las películas que han formado y formarán parte de nuestras vidas. El último día no pude evitar susurrarle al oído: «Molly, no sabes cuánto amor me llevo.» Y, como si nada, el verano dio paso al otoño cuando ella me contestó: IDEM.
The end.