Ha tardado más de una semana desde el entierro en atreverse a ir. La puerta abierta le escupe ese leve tufillo a tabaco tan característico y apenas sin darse cuenta oye el portazo a sus espaldas. Ha conseguido entrar.

Recorre con un dedo el gigantesco mueble del salón en el que ya comienza a notarse una fina capa de polvo. Repara en un hueco menos polvoriento en el que debería estar la bandeja de plata con grabado marroquí, aquella que su madre compró en aquel viaje a Tánger. Su hermana Lola ha debido atreverse a venir antes que ella.

Recibe un correo electrónico de su hermano Julio con el enlace del anuncio de venta del piso en Internet, para que lo pase a sus contactos. Sonríe asqueada. Solo ha pasado una semana.

Está a las puertas de la habitación de su madre, al final del recorrido. Posa su mirada en el joyero abierto en el que reluce su colgante de piedras Swarovski. Alarga una mano vacilante y lo mete en el bolso.

El saqueo ya ha comenzado.

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