Su abogado es como un búho: figura recortada de marcadas redondeces en la que destacan unos ojos escrutadores de marrón amarillento capaces de ver en la oscuridad; mi abogada es como una lechuza: pequeña y delicada, con una cara perfecta en forma de corazón donde destaca una mirada azul que te atrapa como un ave rapaz. Eso es lo que sentí yo cuando fui a asesorarme para el divorcio porque entre nosotros “ya no había chispa”.
El primero actúa con prudencia, la segunda peca de cautela, por lo que ninguno sabe con certeza las intenciones del otro. Miro a mi marido, perdido entre esa marabunta de palabras técnicas, mientras da vueltas a un bolígrafo entre las manos con ese gesto suyo tan característico. Me sorprendo al descubrirme mirándole con una sonrisa en los labios.
Nuestros abogados no lo consiguen pero, sin quererlo, nuestros pies sí llegan a un punto de encuentro debajo de la mesa y una corriente eléctrica recorre mi cuerpo. Quizás me haya precipitado con eso de la chispa.
Publicado en Hablando con Letras.